Con el encanto
de sus formas
y esa extraña
epifanía,
con sus ojos tiernos,
y su boca
de capulí,
me acogía Cajabamba,
echando sus
raíces
en mi alma quinceañera,
de pupilas
embrujadas,
sensitivas
y enamoradas.
Un rimbombante
sol
apasionado,
le brillaba
majestuoso
en su atardecer
serrano,
bañándose un arco iris
en actitud
sagrada,
bajo una tarde
granizada,
de la singular
belleza
de Cajabamba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario